La bohème, c'est la bohème
.- Día 5
Qué rápido va el mundo cuando no caminas. Sin el paso a paso, sin el poco a poco del esfuerzo continuado, la tierra gira a mayor velocidad y los kilómetros se consumen sin que el viajero se aperciba de ello. Uno tendría la sensación, al comprobar que el tiempo transcurre de forma diferente, de que si la vida fuera un territorio por caminar, y si cada uno fuera para siempre el viajero que sólo es en momentos contados, el estar vivo tendría verdadero sentido.
Pero hoy no, porque hoy los pueblos aparecen y desaparecen en un suspiro, y las curvas se toman sin casi pretenderlo, y los desniveles del terreno han dejado de ser un supremo desafío para convertirse en un sencillo juego de niños que provoca risa.
Y entonces nada es tan importante, y el viajero pasa por catedrales, monasterios y montañas abruptas sin necesidad de jadear, sin que le falte el aliento, si que cada metro ganado sea una conquista titánica, pero algo falta, algo que el viajero decidió hacer para comprender quién era en realidad, y sólo queda esperar al día siguiente, observar pacientemente al paso de las horas en una casa de piedra en el fin del mundo, arreglar los frenos que no precisa para avanzar sin descanso, construir un imposible mundo mejor al abrigo de una queimada improvisada y robarle al sueño las horas que su cuerpo, cada vez más consumido, reclamará con inútil firmeza tras el siguiente canto del gallo.
.- Día 5
Qué rápido va el mundo cuando no caminas. Sin el paso a paso, sin el poco a poco del esfuerzo continuado, la tierra gira a mayor velocidad y los kilómetros se consumen sin que el viajero se aperciba de ello. Uno tendría la sensación, al comprobar que el tiempo transcurre de forma diferente, de que si la vida fuera un territorio por caminar, y si cada uno fuera para siempre el viajero que sólo es en momentos contados, el estar vivo tendría verdadero sentido.
Pero hoy no, porque hoy los pueblos aparecen y desaparecen en un suspiro, y las curvas se toman sin casi pretenderlo, y los desniveles del terreno han dejado de ser un supremo desafío para convertirse en un sencillo juego de niños que provoca risa.
Y entonces nada es tan importante, y el viajero pasa por catedrales, monasterios y montañas abruptas sin necesidad de jadear, sin que le falte el aliento, si que cada metro ganado sea una conquista titánica, pero algo falta, algo que el viajero decidió hacer para comprender quién era en realidad, y sólo queda esperar al día siguiente, observar pacientemente al paso de las horas en una casa de piedra en el fin del mundo, arreglar los frenos que no precisa para avanzar sin descanso, construir un imposible mundo mejor al abrigo de una queimada improvisada y robarle al sueño las horas que su cuerpo, cada vez más consumido, reclamará con inútil firmeza tras el siguiente canto del gallo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario