Siempre es buen momento para acompañar un marmitaco con una sidrina...
.- Día 3
El viajero no es Sísifo, pero podría serlo. Sólo tendría que cambiar de nombre. De condena, no. La condena la padece cada vez que ha de ascender a las cumbres más altas, arrastrando su carga particular, que no es una enorme piedra pero podría serlo, para luego volver a bajar porque sí, porque le toca sufrir, porque algún Dios rencoroso ha cruzado en su camino las pistas falsas necesarias para confundir sus sentidos y su ruta. Pocas distancias son tan excesivas, y tan cansadas, como las que son inútiles.
Cualquier espíritu inconstante se preguntaría el porqué. El porqué de la distancia, del avance, de todo aquel caos incontrolable, del dolor que comienza a circular por sus músculos con tanta naturalidad como la sangre por sus venas.
Pero el camino devuelve todo lo que tomas prestado. Lo transforma, lo recicle y lo entrega como cúmulo de sensaciones. El camino comienza a tomar forma. A trozos, parcialmente, como el martillo y el cincel dibujan los contornos de la belleza sobre el mármol del escultor. El camino comienza a parecerse a la imagen que de él siempre soñó el viajero. Los sueños comienzan a fundirse con la realidad en forma de estrechez, de pequeños puentes, de dosis controladas de aventura. Y no hay nada, nada, que motive más al ser humano que la posibilidad de ver cumplidos sus sueños.
.- Día 3
El viajero no es Sísifo, pero podría serlo. Sólo tendría que cambiar de nombre. De condena, no. La condena la padece cada vez que ha de ascender a las cumbres más altas, arrastrando su carga particular, que no es una enorme piedra pero podría serlo, para luego volver a bajar porque sí, porque le toca sufrir, porque algún Dios rencoroso ha cruzado en su camino las pistas falsas necesarias para confundir sus sentidos y su ruta. Pocas distancias son tan excesivas, y tan cansadas, como las que son inútiles.
Cualquier espíritu inconstante se preguntaría el porqué. El porqué de la distancia, del avance, de todo aquel caos incontrolable, del dolor que comienza a circular por sus músculos con tanta naturalidad como la sangre por sus venas.
Pero el camino devuelve todo lo que tomas prestado. Lo transforma, lo recicle y lo entrega como cúmulo de sensaciones. El camino comienza a tomar forma. A trozos, parcialmente, como el martillo y el cincel dibujan los contornos de la belleza sobre el mármol del escultor. El camino comienza a parecerse a la imagen que de él siempre soñó el viajero. Los sueños comienzan a fundirse con la realidad en forma de estrechez, de pequeños puentes, de dosis controladas de aventura. Y no hay nada, nada, que motive más al ser humano que la posibilidad de ver cumplidos sus sueños.
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